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Turista de salón

“Las empresas de construcción cortan mirillas en las cercas que rodean la obra, y disponen los orificios para curiosos de distintas alturas. El convertirse en público para casi todas las actividades –un proceso que hace a todos los hombres iguales frente a la atracción- constituye una parte necesaria de la integridad del mundo social moderno.”

“El momento en que se manifiesta el ‘tienes que ver esto’, o ‘prueba esto’, o ‘siente esto’ es el que da origen a la relación turística; que también es la base de un cierto tipo de solidaridad humana.”

Dean MacCanell

   “¡Todos somos turistas!”, exclama un alumno iraní en el libro ‘El turista’. Y lo cierto es que sí, lo somos. Turistas de paseo por Estambul, Nueva York, Roma y hasta en nuestra propia ciudad. Pero, en este mismo sentido, podemos decir que todos somos igualmente actores y sobre todo y lo más importante: espectadores. Actores de un mundo que, cada vez más, nos brinda la posibilidad fácil del escenario, de alzar el telón para ver la perfecta disposición de nuestras vidas. La actuación se presupone real, aunque para eso haga falta una copia. Lo dice quien escribe ese libro de ‘El turista’,  Dean MacCanell: no podremos disfrutar del hecho auténtico sin haber visto la réplica, la copia del elemento en cuestión. También, lo mencionaba antes, somos espectadores. Es más, somos mayormente espectadores antes que actores. Por una sencilla razón: la actuación implica trabajo, actividad; mientras que la expectación es sencilla, fácil, llevadera para el ojo vago del hombre del siglo XXI. Ese ojo que todo lo quiere ver. Como una especie de Gran Hermano gigantesco al que nadie puede escapar y del que nadie quiere huir.

   Y por eso en este post me gustaría esbozar alguna semejanza entre el turista, como un humano ávido de sensaciones, de experiencias, de culturas, y el telespectador actual. Un espectador que comparte las características anteriores, a la que además hay que sumar la idea de un ser atiborrado de pequeñas píldoras televisivas con las que, de algún modo, pretende saciar su sed de conocimiento de vidas ajenas. Es precisamente atendiendo a esas acotaciones donde podríamos encajar los formatos televisivos actuales. Podemos llamarlo periodismo de proximidad, docu-reality, sensacionalismo, periodismo amarillo o, simplemente, entretenimiento informativo. Un concepto clave –éste último de entretenimiento informativo- para entender lo que trato de explicar.

   Los programas tipo ‘Callejeros’ o ‘Españoles por el mundo’ (por definir de algún modo el formato) practican una nueva forma de entender el periodismo televisivo, mejor o peor. Y se trata de programas, en la mayoría de ocasiones, con un gran rendimiento. Si por rendimiento, claro, entendemos audiencias y share. Entonces, digo, son efectivos, pues tienen buenas audiencias, con lo que llaman poderosamente la atención de los anunciantes. Podemos ver por tanto que los contenidos de entretenimiento (ligeros, por decirlo de algún modo) continúan ganando terreno a los puramente informativos. Nuestra sociedad hace tiempo que pasó página y escaló para llegar a ocupar un nuevo estadio de la evolución televisiva, la conocida como espectacularización, un asunto de no poca profundidad del que ya escribí en este otro post.

 A través de nuestro televisor, al igual que viajando, podemos tener la oportunidad de aprender, de conocer otras culturas, otras formas de vida. Pero ese formato ‘Callejeros’ nos habla, en ese caso, de los laberintos urbanos que se esconden detrás de la fachada de nuestro edificio y que nunca nos hemos atrevido a mirar por miedo. Ahora sí, ahora todo es más fácil. En bandeja, y con la distancia suficiente para que la suciedad social no nos manche el pijama, los productores nos sirven un contenido que se aproxima a nuestra realidad humana. Pero no conviene engañarse, la mediación es evidente. Tenemos ante nuestros ojos una realidad paralela y que, en todo caso, nos viene mediada no sólo por el aparato en sí, es decir, la forma de consumir esa información a través de una pantalla, sino también por quienes han construido el mensaje que en esos momentos se está emitiendo, aquellos que han troceado la realidad para después encajarla en el televisor y ofrecerla en forma de contenido audiovisual. El televidente se orienta a través de un programa fabricado a conciencia, del mismo modo que el turista se guía por una guía fabricada con ese fin. Parece una redundancia, y lo es. Como también lo es el hecho de que, día tras día, visión tras visión, viaje tras viaje, los contenidos turísticos y los contenidos televisivos se perpetúan en la conciencia social, como un tatuaje, o como dice Dean MacCanell, como un “marcador simbólico.” Podríamos defender por tanto que tenemos aquí una semejanza evidente entre el turista del siglo XXI y la del espectador del mismo tiempo. Turista y televidente coinciden en ese sentimiento de curiosidad. Aunque ambos perciban una realidad mediada en diferente forma, pero al final igual de superficial.

   Existe, por tanto, una parcialidad de la información que consumimos a través del medio televisivo, igual que existe una parcialidad en el caso de la visita turística cuando el guía nos explica tal o cual monumento, o cuando pedimos recomendaciones a un amigo sobre nuestro próximo viaje organizado. El espectador del siglo XXI es un turista de salón. Sin salir de casa conoce ahora multitud de contextos sociales, tiene ante sí -a un simple golpe de botón- nuevas culturas alejadas de su rutina. Y esos acontecimientos, esos productos audiovisuales (cortados y acotados por los productores), los comparte y van a servir como intercambio de experiencias en una próxima conversación.

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