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Waiter is coming

   No soy muy ducho en inglés, pero no me he equivocado. Conozco el significado del término waiter, como conozco también la palabra winter. Y sí, también conozco el origen seriado de esa sentencia escrita en lenguaje anglosajón: Winter is coming. Sé de los Stark, a pesar de no ser un follower. Aclarado el no error lo que sigue, por tanto, no es más que un absurdo juego de palabras para justificar una sensación profesional. Expondré mis argumentos para tratar de explicar el porqué de esa combinación que, a simple vista, quizá resulte graciosa para algunos, lastimera para otros. Yo sigo dándole vueltas para ver en cuál me encajo. Es lo bonito de escribir-te. Allá vamos.

El futuro en esta Región, como en

otras, es ese sector terciario

   Verán. Los que solo me conocen este lado digital y este perfil 2.0 (o 3.0, que esto avanza demasiado rápido) creerán, quizá, que en el bagaje profesional que acumulo en mi mochila solo (vean que voy aprendiendo y desacostumbrando mi escritura a ese solo sin acentuar) me he dedicado a tirar líneas, sumar párrafos y dar opiniones que a pocos importan. Pero no, en realidad no. En verdad mi trabajo no ha sido solo (vean, lean) hacer de tira líneas cual palomero futbolero. Mi perfil profesional va algo más allá. De hecho, de forma muy breve les comentaré que comencé vendiendo periódicos y artículos de playa en el típico quiosco que se encuentran cuando, en julio o agosto, acuden a esa llamada arenosa para broncear su piel y mostrar sus carnes. En el quiosco, llamémosle Emilio, solo aguanté un mes, a pesar de tener contrato para dos. A mis 17 años de inexperiencia juré no volver a trabajar por 2 euros  y medio la hora. Un año después vendría mi gran paso profesional: zapatos, pajarita y pantalón negro, camisa y chaqueta blanca. Eso en cuanto al vestuario. Lito, «galidón», batea, rango y «pincear». Eso en cuanto al léxico. Obsérvese que las palabras entrecomilladas no tienen registro en el diccionario de la RAE. Al margen de ese detalle, sí, acababa de aterrizar en el mundo de la hostelería. Y más concretamente lo que, televisiva y absurdamente, se acabó en llamar el mundo BBC. Llegué como casi todos los que entonces llegábamos a ese trabajo de fin de semana: sacar lo suficiente para mis gastos universitarios. Compaginar mis estudios con el oficio de camarero. En mi mente de estudiante de periodismo, obviamente, no cabía entonces la posibilidad de dedicarme a la hostelería el resto de mi vida. Aunque no sea un trabajo que me disguste, tampoco es para el que me he formado invirtiendo tiempo (5 años de licenciatura más 1 de máster) y dinero (calculen a una media de 1.300 euros el año de matrícula).  9 años después de empezar a trabajar como camarero de fin de semana decidí dejarlo. Llámenme irresponsable, pero para entonces ya acumulaba cinco años de experiencia como periodista y trabajaba de lunes a viernes. Y se puede decir que hasta tuve suerte (en comparación con algunos compañeros) porque pude comer del trabajo periodístico. Incluso empecé a trabajar de plumilla meses antes antes de terminar la carrera.

periodista-camarero

   Perdonen que les machaque con este capazo de letras, pero creo importante el contexto para explicar lo siguiente: Hoy, tras 6 años de experiencia periodística y 13 meses después de haber quedado en el dique seco por un ERE criminal, he vuelto al oficio. Sí, al de camarero. Y, por favor, que no suene lastimero, tampoco alegre. No es en nada algo que me degrade en lo personal. Busquen, como quieran o puedan, un tono neutro de interpretación  y lectura de esa frase: «He vuelto a ser camarero». Waiter is coming. Lo hago, como lo hacía antes, de fin de semana. Aunque los compañeros de ahora no son los de antes. Ya no me encuentro estudiantes, ahora sirvo mesas junto a ingenieros, administrativos, informáticos, recepcionistas, educadores sociales… Y así, hasta completar un amplio catálogo de profesiones que poco o nada tienen que ver con la hostelería. Por cierto, que si antes cobrabas X euros a la hora, ahora cobras X-2 euros. Y resuelvan ustedes la resta, porque a mí me da la risa cuando un Ministro de la hacienda suya y mía dice que los sueldos no han bajado, han moderado su crecimiento (seguramente su -sobre-sueldo, señor Ministro). E insisto: el de camarero, como el de  periodista, es un oficio que merece todo respeto. Para tirar cañas, como para tirar líneas, uno debe saber lo que se hace. Eso, o tener padrino. Lo que me preocupa a medio y largo plazo es que el de waiter se acabe convirtiendo en un oficio definitivo. Un trabajo para toda la vida. Aunque más que preocupación creo que el verdadero sentimiento es miedo. Porqué no decirlo. Ya digo, escribir-te como terapia. Y repito: no vean un tono lastimero y de regocijo en la mierda en este post. No intento eso (si eso pinta, seré un muy mal comunicador). Intento ir más allá. Al hecho en sí de cómo hemos llegado a esto: Profesionales muy bien preparados que acabarán sirviendo tapas el resto de sus días. Yo solo (otra vez ese solo huérfano de acento) pongo las preguntas sobre la mesa. Ya saben, soy periodista: Intento buscar respuestas. Pero quizá convenga ya plantarnos, y plantearnos las razones y el porqué. La actualidad me da la razón, aquí o aquí. Prueben, en éste último enlace, a buscar empleo en la pestaña ‘Turismo y hostelería’, comprobarán la cantidad de ofertas disponibles. El futuro, en esta Región como en otras, es ese sector terciario (acuérdense de cuando estudiábamos en el cole), el de los servicios. Y en el caso de los periodistas, como en otros, es difícil asimilar que el callo que antes marcabas entre los dedos pulgar, índice y corazón cambiará ahora por un callo en toda la extensión de tu mano. De tira líneas, a tira cañas. De escribir-te, a servir-te. Waiter is coming.

–** Crédito imagen, ‘El periodista y el camarero’.

–** Mira el cortometraje ‘El periodista y el camarero’ en youtube.

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