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2.928 horas de Mario

   Sí, ése que empieza a reconocerse eres tú. Y lo mejor es que hasta ahora no has necesitado espejo. Créeme: esa ausencia de espejo es lo mejor de todo. Porque a veces, aunque no entiendas las razones, el cristal frente al que te encuentras acaba ofreciéndote una imagen mentirosa. Pasa a menudo, lo comprobarás. Pero por suerte, ya te digo, aún no sabes de la existencia de ese objeto.

   De momento esa «narracción» («narracción», sí) dividida en párrafos que es tu vida se encuentra en otro estadio. En el estadio primario, o ni siquiera. Si acaso, a ese primario, tendríamos que añadirle el prefijo pre, y entonces sí, ahí sí estas tú. Aún no has alcanzado ni a escribir una coma en tu «narracción». «Narracción», digo, porque actúas al tiempo que narras. Narras a la vez que actúas. Serás consciente de ello mucho más tarde. Ahora, por supuesto, no debes prestarle mayor importancia. Limítate a reconocerte, que ya es una empresa bastante costosa.

  Pero volvamos a lo que nos ocupa: Ser consciente de uno mismo por primera vez. Palpar cada parte de cuerpo. Saberse humano para empezar a conocerse. Esa sensación debe ser increíble, desde luego única. Y tú la estás paladeando en este preciso momento. Rozar, por ejemplo, las palmas rugosas de tus manos con ese peluche en forma de pulpo, o enredar tus dedos flexibles con el pañuelo azul que usas para quedarte dormido. Inconsciente aún de que esas dos minúsculas masas de piel y hueso terminadas en diez pedacitos alargados de carne y hueso habrán de servirte más pronto que tarde para llevarte el alimento a la boca. Sí, la boca. Verás que es otra palabra común con la que definimos a una de las cinco aberturas craneales con las que contamos lo que hemos acordado en definir como seres humanos. Aunque entenderás, poco a poco, que lo verdaderamente importante en lo relativo al cráneo (y, sobre todo, lo que él contiene) no es tener aberturas físicas, aquí lo imprescindible es tener aberturas emocionales: ser receptivo al mundo que te espera. Ver, escuchar, entender y empatizar. Esa es la apertura que de veras interesa. Empatía: No te olvides de guardar en el mejor lugar que encuentres esa palabra.

   Perdona, mejor sigamos centrados en lo físico. Entre toma y toma, entre sueño y sueño, entre risa y sonrisa, empiezas a reconocerte los labios (ya sabes, esos dos trocitos de carne estirados que dan forma a tu boca), la nariz (a la que andarás, quieras o no, pegado) lo que venimos definiendo como frente (que rascarás a menudo intentando encontrar solución a alguno de tus problemas), tu barbilla (otro elemento corporal susceptible de ser rascado para hallar respuestas), los mofletes (verás qué cantidad de buenos besos serás capaz de ir guardando en esa zona) o el pecho (sobre el que algún día, si quieres, tendrás tendido otro pequeño casi igual que tú, y al que contarás esta misma historia).

   Debe ser emocionante con tus 2.928 horas de Mario descubrirte el pelo (sabrás de él porque descansa sobre lo que antes ya dijimos que era el cráneo), los ojos (dos pequeñas esferas acuosas separadas apenas por centímetros y en las que seguramente, en pocos años, empieces a acumular secretos), agarrarte las orejas (otros dos apéndices que te servirán para escuchar la felicidad de la vida y sus penurias) y estirarlas. Mover distraídamente esas masas de piel y hueso, lo que ya te he dicho que hemos convenido en llamar manos, y alcanzar a rozar los laterales de la capota de tu auto que aún luce huérfano de caballos. Chuparte lo que hemos decidido llamar dedo, e imaginarlo como el verdadero paraíso. Porque sí, el paraíso, como el infierno, está aquí abajo. Y esto no lo digo yo, lo dicen los otros. No dejes que nadie te engañe, no hace falta escapar a ninguna parte. La verdadera aventura será aprender a distinguir uno de otro. Pero tranquilo, eso vendrá a partir de otro estadio, no ahora en este pre.

   De cintura para abajo, Mario, mejor no hablamos: la flexibilidad en este estadio no te alcanza si quiera a saber cómo sentarte sin apoyos y sin deslizarte hacia un lado, izquierda o derecha. Tampoco es necesario hablar ahora de eso. De izquierdas o derechas, digo. De momento tus movimientos (también los sociales) se limitan a todo aquello que se pueda hacer acostado, tumbado sobre la suavidad y la comodidad de un colchón que probablemente nunca más vuelvas a sentir tan placentero.  O quizá sí, solo tú lo sabrás.

   Y si me permites, un último consejo: no olvides, nunca olvides conforme vayas subiendo escalones, que esta vida que te acaban de regalar no es más que una suma de diferentes elementos en la que, al final, tú eres el resultado. Y siempre, un resultado distinto del resto. Verás que alucinante resulta vestirte con tu nuevo traje de persona.

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